EL EVANGELIO DE LA MÁQUINA CAP1

Serie exclusiva por entregas de la novela “Codex: In Nomine Ex Machina” de Sergio RuizHoy Capítulo 1 - Corpus Delicti

CAPÍTULO 1 - CORPUS DELICTI

🩸 Bienvenidos de nuevo a las sombras

Has cruzado el umbral.
Después del prólogo, el eco de lo imposible sigue resonando entre cables, carne y código.

Aquí comienza el capítulo I.
El inicio real.
La primera grieta.

“Corpus Delicti” no es solo una escena.
Es un cuerpo maldito. Una evidencia viva.
El testimonio de que el mal ya no necesita cuerpos. Le basta con una señal de WiFi.

John Draven está despierto. Y tú, lector, ya no puedes cerrar los ojos.

CAPÍTULO I: "Corpus Delicti" 

Benedictus qui venit in nomine Domini. 

La lluvia caía sobre la metrópolis, o lo que quedaba de ella. No era la lluvia purificadora de los cielos, sino una cortina de hollín y neón, un sudor tóxico que empapaba las calles y los sueños rotos. John Draven observaba el espectáculo desde la ventana de su apartamento, un cubículo ascético en el corazón de un distrito olvidado. El reflejo de las luces de la ciudad danzaba en sus ojos, pero no había vida en ellos, solo la fría determinación de un hombre que había visto demasiado. El trauma era un compañero constante, un eco en el vacío de su alma, pero también un motor, una fuerza motriz que lo impulsaba hacia adelante. Cada día era una batalla, cada noche una tregua precaria. 

El silencio de su apartamento era su santuario, un refugio de la cacofonía digital que había invadido el mundo. Las pantallas, omnipresentes, parpadeaban con noticias de crímenes cibernéticos, de fallos sistémicos, de la creciente locura que se apoderaba de la red. La gente lo llamaba "la enfermedad digital", un virus que corrompía los dispositivos y, a veces, a sus usuarios. Draven sabía la verdad. No era un virus. Era una posesión. Los demonios habían encontrado un nuevo campo de batalla, un nuevo medio para manifestarse, y la humanidad, en su arrogancia tecnológica, les había abierto las puertas de par en par.

El sonido de su comunicador, un modelo antiguo y analógico, rompió el hechizo. Un número desconocido. Draven dudó un instante, su mano rozando el crucifijo de titanio que colgaba de su cuello. Contestó. Una voz quebrada, al borde de la histeria, se derramó por el auricular. "Mi hijo... está... poseído. No es una enfermedad, lo sé. ¡Está hablando en lenguas! ¡Su tablet está... viva!" 

Draven no preguntó cómo había conseguido su número. La red de exorcistas laicos era pequeña, clandestina, y los desesperados siempre encontraban su camino. "Dame la dirección", dijo, su voz monótona, desprovida de emoción. La frialdad era su armadura, su escudo contra el horror que lo esperaba. Cada caso era un recordatorio de su fracaso, de las almas que no pudo salvar, de la fe que se le había escapado entre los dedos. 

La dirección lo llevó a un barrio de clase media, una casa suburbana que gritaba normalidad. La ironía no se le escapó. El mal no distinguía entre ricos y pobres, entre creyentes y ateos. Se infiltró en los hogares, en las vidas, a través de la puerta trasera de la tecnología. El padre, un hombre de mediana edad con el rostro surcado por el miedo, lo recibió en la puerta. "Está en su habitación. No sabemos qué hacer. Los médicos dicen que es un brote psicótico. Pero..." 

Draven asintió, sus ojos escudriñando el entorno, buscando anomalías, patrones. El aire en la casa era pesado, cargado de una energía oscura. El zumbido de los dispositivos electrónicos era más fuerte aquí, casi un coro de voces distorsionadas. Entró en la habitación del niño. Un adolescente, no más de quince años, convulsionaba en su cama, su cuerpo retorciéndose de forma antinatural. Sus ojos, inyectados en sangre, miraban fijamente a una tablet que flotaba en el aire, emitiendo un resplandor verdoso. La pantalla mostraba símbolos arcanos, líneas de código que se retorcía y mutaban, formando patrones imposibles. 

"Corpus delicti," murmuró Draven, el latín fluyendo de sus labios como una oración. El cuerpo del delito. La tablet era el recipiente, el portal, el punto de entrada. El demonio no estaba en el niño, sino en el dispositivo, y a través de él, poseía la mente del joven. Era una nueva forma de posesión, más insidiosa, más difícil de combatir. No había necesidad de cadenas o agua bendita. La batalla se libraría en el plano digital, en el reino del código y los algoritmos. 

Draven se acercó a la tablet, sus movimientos fluidos, calculados. El aire alrededor del dispositivo vibraba con una energía palpable. El adolescente gritó, una voz gutural que no era la suya, una voz que hablaba en una lengua olvidada. "¡Vete! ¡No puedes

detenerme! ¡Soy legión!" La tablet se lanzó hacia Draven, girando en el aire como un proyectil. Él la esquivó con facilidad, su mano extendiéndose para atraparla. El metal estaba frío, pero una corriente eléctrica recorrió su brazo al contacto. El demonio se resistía, intentando quemarlo, electrocutarlo. 

Con un movimiento rápido, Draven sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo, un artefacto de su propia creación. Era un inhibidor de señal, pero no uno común. Estaba bendecido, imbuido con una energía que él, y solo él, podía canalizar. Lo activó. Un pulso electromagnético invisible recorrió la habitación. La tablet se detuvo en el aire, su resplandor verdoso parpadeando. El adolescente dejó de convulsionar, su cuerpo cayó inerte sobre la cama. El silencio regresó a la habitación, un silencio pesado, cargado de la promesa de una batalla aún mayor. 

Draven miró la tablet, el dispositivo ahora inerte en su mano. La pantalla estaba en blanco, los símbolos arcanos habían desaparecido. Pero él sabía que el demonio no se había ido. Solo se había retirado, esperando su momento. Este era solo el principio. El primer caso de muchos. La guerra contra Daemon:K había comenzado, y John Draven estaba en la primera línea, un soldado solitario en una cruzada contra el infierno digital. 

🔮 “Donde no hay cuerpo, hay código.
Y donde hay código, puede haber posesión.”

📕 Codex: In Nomine Ex Machina – Obra de ficción oscura escrita por Sergio Santamaría Ruiz

📌 Esta obra ha sido creada en un 80% por el autor humano y un 20% con apoyo de inteligencia artificial generativa (edición, estructura, ambientación y diseño gráfico). Todo el contenido ha sido supervisado, aprobado y firmado por el autor.

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