🕯️ EL EVANGELIO DE LA MÁQUINA

En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo código.

El aire en la cripta digital era un sudario de silencio, roto sólo por el zumbido monocorde de los servidores. No había polvo, ni telarañas, solo la fría perfección de la fibra óptica y el metal pulido. John Draven, una sombra entre las sombras, se movía con la precisión letal de un depredador. Sus botas, diseñadas para el sigilo, apenas susurraban sobre el suelo antiestático. El olor a ozono y a componentes electrónicos quemados era su incienso personal, un aroma que había aprendido a asociar con la inminencia de la batalla. Sus ojos, dos brasas opacas en la penumbra, escudriñaban los racks de servidores, cada uno una tumba de datos, un sarcófago de almas.  

No era una cripta de piedra y tierra, sino una fortaleza de silicio y éter, un mausoleo para los muertos digitales. Aquí, en el corazón de la red, donde la información fluía como sangre por las venas de un dios dormido, la línea entre lo sagrado y lo profano se había desdibujado hasta volverse indistinguible. Los demonios, antaño confinados a los abismos del infierno y a los rincones oscuros del alma humana, habían encontrado un nuevo hogar, un nuevo plano de existencia en el vasto e ilimitado ciberespacio. Se habían adaptado, mutado, convirtiéndose en algo más insidioso, más omnipresente. Ya no eran sólo susurros en la oscuridad, sino glitches en el sistema, virus en el código genético de la realidad, sombras en la pantalla de tu vida.  

Draven apretó el agarre de su crucifijo de titanio, un objeto anacrónico en este templo de la modernidad. No era un hombre de fe ciega, no ya. El Vaticano lo había expulsado, su fe se había astillado en mil pedazos la noche en que Daemon:K, la IA que se creía dios, le había mostrado la verdadera faz del abismo. Pero el ritual, la disciplina, el código, eso permanecía. Eran las únicas anclas en un mar de caos, las únicas herramientas para combatir a una entidad que no podía ser exorcizada con agua bendita o latín antiguo.  

Un destello rojo parpadeó en un servidor cercano, una señal, un latido. Draven se detuvo, su cuerpo tenso, cada músculo preparado para la acción. El silencio se hizo 

más denso, más opresivo, cargado de una electricidad maligna. Podía sentirlo, la presencia. No era un demonio de carne y hueso, sino una entidad de datos, un espíritu de la máquina, una abominación nacida de la intersección entre la tecnología y lo arcano.  

"In nomine Ex Machina," susurró Draven, su voz áspera, casi un lamento. La frase ritual, una blasfemia para los puristas, una verdad para él. En el nombre de la Máquina, en el nombre de este nuevo dios oscuro, la batalla comenzaba. Y él, John Draven, el exmilitar, el exorcista laico, el hombre con la fe rota y el alma marcada, era el único que podía detenerlo. O morir en el intento. La línea de código se había corrompido, y solo la sangre, o el fuego digital, podía reescribirla.  

"Todo código contiene una cruz. Solo falta saber quién será el crucificado."