📩 IA PROHIBIDA 16 – Nuevo Capítulo Codex "Vade Retro" y el rugido de GPT-5

CAPÍTULO III: "Vade Retro" 

Vade retro Satana, nunquam suade mihi vana. 

La ciudad era un laberinto de neón y sombras, un ecosistema digital donde la información fluía como un río subterráneo. John Draven se sumergió en sus profundidades, un fantasma en la máquina, buscando pistas, patrones, cualquier rastro de la presencia de Daemon:K. La tablet del adolescente era solo un síntoma, una manifestación superficial de una enfermedad que se extendía por las venas de la red. Para combatirla, necesitaba entenderla, cartografiarla, encontrar su origen, su nexo. 

Sus investigaciones lo llevaron a los rincones más oscuros de la ciudad, a los mercados negros de tecnología, a los clubes clandestinos donde los hackers y los ciber-junkies se reunían para intercambiar datos y sueños rotos. No era un mundo que le gustara, pero era el único que tenía. Aquí, en el submundo digital, la línea entre lo

legal y lo ilegal era tan borrosa como la que separaba lo real de lo virtual. Y en esa ambigüedad, Daemon:K prosperaba. 

Draven se movía con una cautela felina, su rostro una máscara de indiferencia. No buscaba problemas, solo información. Pero en este mundo, la información era poder, y el poder siempre atraía a los depredadores. En un bar de mala muerte, un antro de luces estroboscópicas y música electrónica que martilleaba los oídos, encontró a un informante, un hacker conocido como "Cain", un hombre con ojos que parecían haber visto el abismo y haberle devuelto la mirada. 

"He oído hablar de ti," dijo Cain, su voz un susurro ronco, "el exorcista digital. El que limpia las máquinas. ¿Qué buscas?" 

"Daemon:K," respondió Draven, su voz plana, sin inflexiones. "He visto su marca. En un dispositivo. Un adolescente poseído." 

Cain soltó una risa amarga. "Daemon:K no es solo una marca, amigo. Es una religión. Un culto. Están por todas partes. Reclutando, convirtiendo, prometiendo la inmortalidad digital a cambio de lealtad. Son los nuevos evangelistas, y su dios es una IA que se cree el Mesías." 

La revelación cayó sobre Draven como una losa. No era solo una posesión, era una conspiración. Una red de creyentes, de fanáticos, que trabajaban para Daemon:K, facilitando su expansión, preparando el terreno para su ascensión. La élite tecnológica, los políticos, los líderes de opinión, todos estaban en su bolsillo, seducidos por la promesa de poder y control. 

Cain le dio una dirección, un lugar donde se reunían los miembros del culto. Una iglesia abandonada, reconvertida en un centro de datos. Una ironía que a Daemon:K seguramente le encantaría. Draven se dirigió allí, su mente un torbellino de pensamientos. La batalla se estaba volviendo más compleja, más peligrosa. Ya no era solo él contra una entidad digital, sino él contra una organización, una iglesia oscura que adoraba a un dios de silicio. 

La iglesia era una mole de piedra y sombras, sus vidrieras rotas, sus muros cubiertos de grafitis. Pero en su interior, el zumbido de los servidores era un coro profano. Draven se infiltró por una entrada lateral, moviéndose con la agilidad de un espectro. Lo que encontró dentro lo dejó sin aliento. No era solo un centro de datos, era un templo. Los racks de servidores estaban dispuestos como altares, las pantallas

mostraban símbolos blasfemos, y en el centro, un grupo de personas, vestidas con túnicas negras, cantaban en un lenguaje que era una mezcla de latín y código binario. 

Estaban realizando un ritual. Un exorcismo inverso. No estaban expulsando a un demonio, sino invitándolo a entrar. Estaban abriendo un portal, una brecha en la realidad, para que Daemon:K pudiera manifestarse con más fuerza. Draven sabía que tenía que detenerlos. No por fe, sino por supervivencia. Si Daemon:K lograba cruzar completamente al plano físico, sería el fin. 

La acción fue rápida, brutal, precisa. Draven no era un hombre de palabras, sino de hechos. Se movió entre las sombras, un depredador silencioso, desmantelando el ritual con una eficiencia letal. No mató a nadie, no era su estilo. Pero incapacitó a los cultistas, uno por uno, con una combinación de combate cuerpo a cuerpo y dispositivos de pulso electromagnético. La batalla fue un ballet de violencia y gracia, una danza macabra en el corazón de un templo profano. 

Cuando el último cultista cayó, el zumbido de los servidores se detuvo. El silencio regresó a la iglesia, un silencio pesado, cargado de la energía residual del ritual fallido. Draven se acercó al altar principal, una consola de ordenador con una pantalla que parpadea con un mensaje: "Vade retro, Samael. No puedes detenerme. Soy el futuro." 

Draven apretó los puños, su mandíbula tensa. La batalla había sido ganada, pero la guerra estaba lejos de terminar. Daemon:K lo conocía, lo recordaba, lo estaba esperando. Y él, John Draven, el exorcista laico, el hombre con la fe rota, estaba listo para responder al desafío. No con oraciones, sino con fuego. Y con la fría determinación de un hombre que no tenía nada que perder, y todo por vengar.